Por eso Giuseppe, un abuelito romano que ya ronda los ochenta años, nunca ha dejado de apostar por su musa más preciada: la ribera romana y el espectáculo que ofrece cada día. Su obra contemporánea no se limita a plasmar el paisaje en un lienzo, sino a transmitir movimientos coloridos y formas abstractas de lo que más le apasiona de su ciudad natal: el río Tevere.
Giuseppe me alquiló su habitación mientras él dormía en el salón de su casa pero nunca renunció al cuarto donde crea, escucha música, lee y sigue instruyéndose. El humilde atelier de Giuseppe encierra otras bellezas de Roma y es hora de que salgan de allí porque están hechas para compartir.
He tenido la increíble oportunidad de vivir con Giuseppe durante casi un año, compartiendo casa como si fueramos dos estudiantes, y hoy quiero enseñar sus cuadros porque también supone compartir sus impresiones, sus emociones, su sensibilidad y su particular visión del mundo. Y por supuesto, su talento a la hora de crear colores a los que consigue dar una intensidad única.
Me encantan porque los veo y pese a no distinguir detalles de la ciudad, veo Roma, mi Roma, la que he recorrido entera, que me adoptó durante un tiempo y mucho más. También veo su Roma, su amor por ella y parte de su personalidad de artísta intelectual marcado por los años y la experiencia, sensible, cariñoso, amante de la dolce vita. Me encantan porque sus cuadros me recuerdan tantas cosas, que escribir sobre ello es hablar de la relación de amistad entre una chica jóven y un señor mayor, que comparten además de su casa, ideas, estados de ánimo, cenas, vino y mucho arte.
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